Las fotos no son para todo el mundo

Las fotos no son para todo el mundo. Y no me refiero a que la gente no pueda tomarse una instantánea. Al contrario, cada quien es libre de hacerlo. 

Cuando una fotografía es tomada tenemos la innata costumbre de postearla en cualquier red social, disfrutando de los comentarios y likes que ganamos con ella. Pero hubo una época en donde eso no pasaba. 

Mi abuela, por ejemplo, posee innumerables recuerdos retratados para la posterioridad; mi mamá, tiene guardada una caja repleta de imágenes de la familia, de mi hermana, mías, todas a lo largo de nuestra vida. Mi papá la convenció una vez de escanearlas y publicarlas en Facebook. Ella accedió, pero la tarea no fue culminada. Porque no tenía caso divulgar todos esos momentos felices con personas que no les va a importar más allá de tener material nuevo que criticar. No digo que todos sean así, aunque son los que más abundan.

Entonces me puse a pensar en mi amplia colección de retratos, en carpetas y carpetas online, porque a estas alturas lo digital se ha impuesto, y me pregunté: ¿por qué no las he publicado o por qué no las compartí en su momento? Y la respuesta estaba allí, nadando en mi subconsciente. 

Las fotos no son para todo el mundo, son para aquellos con los que charlas hasta altas horas de la noche, con la familia que viene de visita, con la amiga que te acompaña una tarde tomando café con leche mientras recuerdan lo bello que fue el graduarse juntas, el haber estudiado en los mismos lugares; son para esos que te aprecian y anhelan ver cómo ha sido tu desarrollo a lo largo de los años. Son para reír, amar, disfrutar, llorar, desear… recordar con aquellos que te han hecho feliz, con los que actualmente lo hacen y para los que en un futuro llenarán tu vida de maravillosas aventuras. 

Son para esas personas especiales con las que vale la pena compartir una buena fotografía que los transporte a la época en la que fue tomada y rían y sueñen y hagan planes para retratar el futuro que les aguarda.