Cuando no tienes nada que escribir

A veces digo “no sé qué escribir”. Y es mentira. Lo sé y tú lo sabes. Porque escribir no es solo hacer algo perfecto para que todos así lo crean y lo admiren. No. No. No. No.




Escribir es una terapia. Es un fluir interminable de pensamientos, sensaciones, vivencias, puntos de vista…, y pare usted de contar. Escribir sirve para calmar, tal como el agua calma la sed de aquel que ha pasado horas y horas bajo el inclemente sol. 

Escribir es como el bálsamo para las heridas del alma, pero solo para aquel que no teme dejar salir lo más oscuro que acecha su mente…o lo más hermoso que atrae a su corazón errante. 

No se puede decir que no hay nada que escribir. Porque es una vil y colosal mentira. Lo que realmente queremos decir al musitar tales blasfemias, es que no se nos ocurre algo que pueda “ser agradable” para los demás. Que también es mentira. El mundo es un lugar tan grande y a la vez tan diminuto. Fijar la calidad de algo por lo que opine un puñado de personas es bastante impreciso, opino yo. 

Tampoco es que debamos seguir alimentando el ego, creyendo que somos los mejores escribiendo o haciendo lo que sea que estemos haciendo… Que no sea el orgullo y la fanfarronería un obstáculo para la creatividad… Nunca se sabe. Nada es seguro. 

Cuando no tienes nada que escribir deja de pensar en lo que los demás dirán y escribe para ti. 

Para. Ti. Simple. Sencillo. 

Cuando digo que no tengo nada que escribir, me analizo: ¿Qué estoy sintiendo para pronunciar dichas palabras?, ¿Qué pasa a mi alrededor?, ¿Qué espero?, qué, qué, qué, qué… 

Hay tanto de lo que podemos o no escribir. Y es mucho más natural, humilde y sincero escribir para ti, cuando no tienes nada que escribir para el mundo que te rodea.

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